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De la mano del Pelado Almeyda, River le ganó a Banfield y quedó como único puntero del Clausura.
A mediados de la década del 80´, cuando River vivía una de sus etapas más gloriosas durante la gestión de Hugo Santilli, tenía un leoncito en el escudo. A pasado el tiempo, y un nuevo León surgió de las entrañas para levantarlo y ponerlo de pie, otra vez. Ese es Matías Almeyda, capitán y figura descomunal de un equipo al que no le sobra nada, excepto amor propio, y eso es un arma letal para el resto.
Como el león Aslán de “Las Crónicas de Narnia” que resucitó, así se podría personificar a Almeyda en este River. De ese felino flaco, que su propia hija dibujó cuando el volante se encontraba retirado, poco queda. Resurgió como el ave fénix, vaya paradoja justamente en Fenix despuntó el vicio durante menos de un torneo cuando se mantenía jubilado.
No sólo es Almeyda este líder pero es mucho más que el alma. El ejemplo fue en el torneo pasado cuando se ausentó durante tres partidos y medio por lesión y aquel conjunto de Cappa no ganó ningún partido. Volvió contra Boca, y ese día en espíritu River goleó a ese elenco cabizbajo de Borghi, y el 1 a 0 quedó corto.
Se podría hablar de las atajadas de Carrizo –el mejor arquero del fútbol argentino-, la sólida estructura con los cinco defensores, el ir y venir de Ferrari, las pinceladas de Lamela y la potencia arrolladora de Pavone, pero Almeyda a esta altura encandila, y hace pensar que su documento miente. A los 37 años, luego de cuatro en el ostracismo, es el alma de un equipo guerrero que sueña con la gloria.
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