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Argentina se despidió y tiñó de negro la buena imagen que había dejado a lo largo del torneo. El 4 a 0 fue la frutilla del postre, una fruta podrida eso sí, para un proceso mal parido desde el vamos.
En los últimos veinte años, Argentina nunca pareció estar más cerca de la gloria. Antes del partido por cuartos de final, parecía ser uno de los candidatos máximos, fruto de todo el poder del gol y ataque que producían sus delanteros. Y ese sentimiento de que se podía, que era ahora o nunca, tenía mucho que ver la aparente madurez como director técnico de Diego Maradona. Sí, si Argentina era de los mejores mucho tenían que ver el Diez y sus decisiones.
En este Mundial, todo lo que tocaba lo transformaba en oro. Hasta puso un rato a Palermo y este anotó un tanto. Pero solo fue un espejismo porque en el comienzo de la segunda fase todo empezó a desmembrarse. No sirve el hecho de desmerecer a los adversarios como Nigeria o Corea del Sur. Porque las Aguilas Verdes no son menos que Argelia que le empató a Inglaterra y los asiáticos tampoco eran peores que Nueva Zelanda que le había igualado a Italia. Los resultados locos de los demás candidatos que se caían uno por uno, parecían esquivar al equipo maradoneano. La eliminación de Brasil hizo ilusionar a todo el pueblo argentino. Pero algo olía mal. Cinco días antes, en la victoria sobre México, la alarma se encendió. El equipo no fue el mismo. Primero porque obviamente los adversarios habían evolucionado y en segundo lugar porque el nivel de los jugadores argentinos había involucionado. Messi había retrocedido muy atrás y necesitaba de un interlocutor como Verón para que Lio sea el Messi de Barcelona. Para colmo, su gol no llegaba y se transformaba en una obsesión.
Maradona empieza a perder la Copa cuando armó la lista definitiva. El único lateral que tenía a mano era Clemente Rodríguez pero nunca confió en él. Por eso inventó a Jonás Gutiérrez y a Otamendi para que se desempeñen en esas posiciones. Javier Zanetti, un experto en la materia, se quedó afuera para que el Chino Garce vaya a conocer Sudáfrica. Ese sector de la defensa fue el peor durante todo el torneo y ahí empezó el cataclismo ante los alemanes debido al torpe foul cometido por Otamendi.
Antes de viajar, Maradona tenía pensado jugar en un rudimentario 4-4-2 y lo transformó en un 4-3-3 mientras acampaba en el continente negro. Había sido toda una revolución. Pero había desorden. La heladera no estaba en la cocina y el inodoro no estaba en el baño. Había muchos plasmas pero nos faltaba la estufa para pasar el invierno o el ventilador para sobrellevar el verano. Muchos delanteros, falta de volantes de marcas, muchos centrales, ausencia de laterales.
Apenas comenzado el torneo, la Selección ilusionó porque Messi se parecía al de Barcelona, a Higuaín se le había abierto el arco y Tévez aportaba su potrero. Encima, Romero parecía un espectador VIP porque más allá de algunos sofocones lógicos, había tenido muy poco trabajo. Pero todo empezó a derrumbarse pero mucho antes de que Muller conecte ese centro y bata al arquero argentino.
La hecatombe futbolística comenzó puertas para adentro. Cuando se tiene debilidades como las que tenía el Seleccionado, lo mejor es tratar de maquillarlas. Pero no se hizo nada. El costado derecho sangraba y se dejó que Alemania nos abra todavía esa herida a puro fútbol. Los volantes habían perdido la batalla ante México pero poco importó porque la guerra se ganó con las individualidades. Maxi exhibió una imagen más sacrificada de lo normal y Di María también pero no alcanzó con ellos para acompañar a Mascherano, a quien el cuerpo técnico le dio la posibilidad de jugar solo porque supuestamente podía bancarse solo el mediocampo, sin otro tapón, desechando a Cambiasso y a Gago, dos que podría ser perfectamente el socio en la cruzada por la recuperación del balón. Con el resultado puesto, es fácil decir que le faltaba un socio, pero Maradona confiaba ciegamente en su capitán pero su nivel durante todo el ciclo estuvo lejos de ser el de otras épocas.
Por eso, la Copa se resbaló de los argentinos mucho antes del pitado inicial de aquel debut ante Nigeria, que tan lejos parece estar en el tiempo. La falta de laterales y un socio para Mascherano, denota una deficiencia en la concepción del plantel. Pero contra Alemania hubo tiempo para enmendar esos errores pero se miró para el otro lado. Otamendi y Di María demostraron que están más verdes que Schrek. Sus presencias en el once inicial merecían una revisión. Ni que hablar de Demichelis que fue el talón de Aquiles del equipo durante la competencia.
Luego Maradona pecó de jugadorista y no quiso quemar a Otamendi, quien pedía a gritos salir de la formación. Aunque en realidad, era su propio rendimiento lo que lo quemaba y ya estaba incinerando al equipo. Lo sacó tarde cuando el daño estaba hecho. Puso a Pastore y a Agüero para quemar los últimos cartuchos. Pero se quemó el prestigio de la Selección. El 4 a 0 fue la peor goleada sufrida por un equipo desde que se juega octavos y cuartos de final de un mundial junto al 5-1 de España sobre Dinamarca en México ´86. Tristísimo.
Tan cerca del cielo, tan lejos de la gloria, así fue la sensación luego de un nuevo Mundial. Algo se hizo bien porque Argentina hace 10 partidos que no perdía en Mundiales y en las últimas dos copas fue el mejor equipo en primera fase. Pero con eso no alcanza para dar el salto de calidad. ¿Puede seguir Maradona? Como poder, puede. Pero debería encontrar una palabra que en el diccionario maradoneano parece que no exite: autocrítica. Si detecta sus errores, los puede corregir. Puede tener su revancha. La merece por el símbolo que es. Como técnico, está en deuda. La pelota se manchó. El la manchó. Pero puede limpiarla.
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